lunes, 30 de agosto de 2010

Una crítica sobre El Origen

Inception/El origen (Estados unidos 2010)

Por algún motivo, había (hay) mucha gente con muchas expectativas ante El origen (Inception), la nueva película de Christopher Nolan. Puede ser porque con Batman: el Caballero de la noche al director de Memento le había salido una gran película. Pero una cosa es Nolan con Batman y otra cosa es Nolan suelto, con mucha plata y con sus propias ideas.

1. En Batman: el Caballero de la noche había un cómic previo del cual agarrarse, y Nolan contó con actores bien desquiciados, con personalidad propia, como Christian Bale, Heath Ledger, Gary Oldman y muchos minutos de Michael Caine. En El origen junta un grupo de actores modositos, que no muestran personalidad alguna: Michael Caine no tiene tiempo para imponerse, y Ellen Page es demasiado joven. Después tenemos a Joseph Gordon-Levitt, un burócrata de la cara de circunstancia, un Pepe Grillo con el ceño fruncido, entre otros actores-autómatas. Di Caprio prueba que está en modo automático porque se ve que no le dijo a Nolan “che, mirá que ya hice de tipo atormentado al que se le aparecen a cada rato la jermu y los pibes en la de Scorsese”. Es llamativo, molesto y hasta ridículo ver a un actor dos veces en el mismo año haciendo de personajes con tanto en común. Y si Nolan filmó El origen antes que Scorsese La isla siniestra Di Caprio le tendría que haber avisado a Scorsese.

2. Pero dejemos de lado a los actores, a los que Nolan probablemente les haya impuesto una disciplina plúmbea para que nunca parezcan seres humanos. El origen es una película supuestamente complicada argumentalmente. Y por eso Nolan dispone una estructura de explicación/mostración, explicación/secuencia anteriormente explicada, secuencia sin explicar todavía/explicación inmediatamente posterior. Los personajes, por momentos, parecen ese clip con ojos que aparecía en el Word y que decía “¿usted está tratando de escribir una carta?”. Bah, o también parecen instrucciones antropomorfas de un videojuego. Es increíblemente estúpida y grosera la manera en que Nolan detiene la narración para imponer explicaciones; explicaciones que se suceden de principio a fin sin lograr consolidar este mundo de gente que vive metiéndose en sus propios sueños y en los sueños de otros, y haciendo funcionar esos sueños como realidades paralelas pero con temporalidad diferente. A cada rato un personaje introduce una regla más para la lógica de las acciones, cosas como “ah, pero si nos matan en este sueño no nos despiertan, nos mandan a la AFIP o a cenar con Bilardo” (no, no dicen eso pero más o menos, a cada rato hay una nueva regla absurda sin la cual las acciones dejan de tener el sentido que les quiere dar Nolan para evitar que se le caiga esta película-tinglado).

3. La película es poco más que una gran tontería hecha de planos cool, imágenes grises y prolijas, gente atormentada, paisajes corporativos y mucha acción y explosiones con muchos cortes y poca idea de movimiento creíble y con continuidad. Eso sí, todo suena fuerte y lacerante (con la música de Hans Zimmer que machaca gravedad con total impunidad). Y la acción se va dividiendo en acciones, en niveles de sueño, y supuestamente hay tensión generada por la interrelación entre los niveles (a la enésima repetición de plano de camioneta cayendo + plano de Gordon-Levitt durmiendo uno empieza a pensar en las limitaciones de Nolan como cineasta, o en las limitaciones que Nolan cree que tiene su público).

4. Se relacionó por ahí a Nolan con Borges, Jorge Luis. Bueno, en fin.

5. Ah, los sueños. Acá hay varios sueños, de diversos soñadores. Si estos son los sueños que puede imaginar Nolan que sueñan sus personajes, habría que hacer una colecta y comprarle una bolsita con 200 gramos de imaginación, o al menos pagarle una cerveza. Si el mundo onírico se reduce a calles de ciudades, un poco de mar, edificios corporativos, alguna que otra casa, un ascensor grandote, ¿para qué existen los sueños? Menos mal que Salvador Dalí y Luis Buñuel están muertos y no tuvieron que ver esta película vacía de coraje y de imaginación. Dalí y Buñuel, en Un perro andaluz, fueron capaces de explorar la doble o triple o cuádruple dimensión onírica del cine, un arte que (sabelo, Nolan) ya ha sido considerado hace años como un sueño colectivo que soñamos juntos: lo decía Cocteau mucho antes de que El origen intentara no que soñáramos sino dormirnos a pura limitación. Si Buñuel y Dalí nos abrieron literalmente los ojos al principio de Un perro andaluz, no podemos hacer otra cosa que salir a defender al cine (y a los sueños) frente a imposturas bien envueltitas como El origen, una pavada con tiros y correrías que intenta vender abismos de profundidad. Otra película meramente grandota que quiere venderse como una gran película. Las grandes películas tienen alma, humor (y el humor no tiene que ver necesariamente con chistes y gags), amor e inteligencia. Parafraseando a Borges (y ya que parece haber en El origen una referencia a El ciudadano), esta película no es inteligente, pero apunta a ser genial, en el sentido más complaciente y publicitario de esa gastada palabra.

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